Hoy os traigo el relato final de la campaña que jugué hasta el mes de diciembre-enero en GTS Norte en Madrid.
Pero os puedo decir que no tenéis por qué poneros tristes, porque esta semana comienzo una nueva donde continuarán las andanzas del Comando Lorenzo, en breve subiré relato de cómo vincula una campaña con otra así como en qué ubicación se va a desarrollar la nueva narrativa; pero de momento espero que disfrutéis con el final que hoy os dejo por aquí ^^
Azarek
Varens pertenecía a los Cuervos Sangrientos, y como muchos de sus hermanos de
capítulo tenía tremendas aptitudes psíquicas que lo habían llevado a servir
como Bibliotecario en Fortaleza Haltmoat.
Fue
el mismo Señor de la Vigilia Vilnus el que asignó a Varens al Comando Lorenzo,
y fue Varens el que blindó con protecciones psíquicas al Crucero de Ataque
Perdición en su camino por la disformidad hasta Sigurd IV.
Una
vez que llegaron a la órbita planetaria y el Comando se preparaba para
desplegarse sobre la superficie del planeta Varens se retiró a Librarium de la
nave para descansar y meditar, no había vuelto a salir hasta ese instante, y
tenía un buen motivo.
-Siempre
es un placer verte Hermano, aunque sea ahora- dijo Lorenzo.
No
era un secreto que la relación entre Lorenzo y Varens no era todo lo fluida que
debiera. No sabía bien por qué, pero el Sargento no veía con buenos ojos a los
Cuervos Sangrientos, algo le hacía desconfiar de ellos, y desde luego el carácter taciturno de Varens, que hacía parecer a su lado a Gideon el más alegre del grupo, no ayudaba.
-Yo
cerraré este portal de inmediato, sus energías arcanas están débiles y con el
debido sello psíquico quedará clausurado, pero necesitaré algo de tiempo.
-Bien,
estableced un perímetro de seguridad alrededor de…
-¡Sargento!
¡Múltiples señales en el auspex! ¡Nos rodean!- informó Celestus.
Antes
de poder dar siquiera una orden el plasma comenzó a caer sobre los Guardianes
de la Muerte como la lluvia torrencial.
-¡A
cubierto! ¡Aylaan informa!- vociferó Lorenzo.
-Enemigos
en diferentes frentes y alturas Sargento, aparentemente Guardia Imperial con
signos herejes grabados en sus armaduras y estandartes- la frialdad de Aylaan
incluso en un momento así seguía sobrecogiendo.
Cuando
Lorenzo finalmente pudo ponerse a salvo tras varios escombros de lo que en otro
tiempo fue un gigantesco edificio de plastiacero se percató de que Varens ya
había comenzado el sellado del portal, encontrándose en trance totalmente a
merced de los enemigos del Emperador.
-¡Mologhai,
Gideon! ¡Conmigo! ¡Todos los demás, fuego de cobertura!
El
Ángel Sangriento alcanzó rápidamente a Varens, cubriendo al Bibliotecario con
su Escudo Tormenta en alto, de igual forma que Mologhai y Gideon.
Los
Guardias Traidores debían estar cada vez más cerca pues los rifles láser
sobrecargados ya empezaban a acompañar a los disparos de plasma, que de forma
cada vez más insistente ponía a prueba la resistencia de los campos de energía
de los Escudos Tormenta que mantenían con vida a Varens y a su improvisada
escolta.
El
resto del Comando disparaba en todas direcciones, acabando con enemigos una y
otra vez, pero eran una horda que parecía no tener fin.
El
fuego era cada vez más intenso, Lorenzo sabía que su única oportunidad era
aguantar el tiempo suficiente para que el Bibliotecario pudiera al menos cerrar
el portal. Si habían de caer que fuera con el deber cumplido. Solo deseaba que
al menos llevaran su cuerpo a Baal, a la Torre de los Ángeles, en la Cripta de
los Héroes, junto a los restos de su Padre…
Un
impacto directo de plasma hizo parpadear durante un segundo el campo de energía
del escudo de Lorenzo y justo antes de que volviera a funcionar con normalidad
un nuevo disparo certero alcanzó al Sargento cerca del cuello, en la unión con
su hombrera derecha.
La
hombrera con la gota de sangre alada saltó en mil pedazos mientras Lorenzo
caía. Se hundía en su propia oscuridad y la realidad que le rodeaba se tornaba
extraña, llena de dolor, rabia y traición.
Estaba nuevamente de pie, pero todo
era distinto. Se encontraba solo, en un espacio cerrado, las paredes eran negras como
el carbón con barrocos detalles dorados, todo ello aderezado con formas
siniestras, caras disformes que chillaban y hablaban, que susurraban ideas
paranoicas o que discutían entre ellas… la cordura había abandonado ese lugar. Sin duda ese entorno demoníaco a penas si
podía sostenerse en el espacio real sin colapsar en sí mismo.
La luz casi era inexistente, pero sabía qué camino debía seguir, y a
pesar de todo, a pesar de que no conocía el miedo; sintió miedo.
Miedo
a defraudar a su Padre, miedo a no ser el magnífico guerrero que se suponía,
miedo a lo que sabía que se iba a enfrentar, miedo a no ser capaz de cumplir su
deber, miedo… a fallar.
Pero
tenía que avanzar, notaba sus heridas, sus huesos muchos de ellos aún
fracturados, su respiración entrecortada; pero él era la última esperanza, si
caía todo estaría perdido para siempre y por eso continuó, guiado solo por sus
visiones, pues sabía perfectamente dónde tenía que ir, incluso sabía cómo
acabaría todo.
Alcanzó
una puerta, horrible como el resto de los pasillos que había dejado atrás. Con
demonios fusionados al metal, como caricatura de una suerte de forma de
vida simbióntica y en el centro de la misma, un enorme ojo que originalmente
solo era un grabado pero que ahora se movía y parpadeaba, como si realmente
pudiera verle, llegando a clavar su vista en él.
Un
tremendo zumbido, seguido del sonido de pistones y el crujido de los mecanismos
terminó por abrir la puerta a una estancia que parecía un puente de mando.
No entendía bien cómo había llegado allí, pero algo en su interior le indicaba
exactamente qué debía hacer.
Avanzó
tan solo unos pasos tambaleantes para entrar en la sala. Una enorme cristalera
permitía ver el espacio que daba al exterior y que le rodeaba, y allí en el centro se veía
Terra. Estaba en llamas, consumida por la guerra, el sueño de su Padre estaba
hecho pedazos... como él. Las lágrimas recorrieron su rostro al ver que habían
fallado, todos ellos habían fallado, y a pesar de todo, cumpliría su deber. Y
de repente, entre las sombras pudo escuchar una voz que hizo que el ambiente se
volviera aún más repulsivo de lo que ya era: “Bienvenido, Hermano”.
Lorenzo
recuperó la consciencia. Estaba nuevamente en Sigurd IV, derribado en el suelo.
No se podía mover, su cabeza daba vueltas y entre su visión borrosa pudo ver a
Mologhai y a Gideon caídos a su lado mientras allí en el centro, delante de
ellos estaba Varens.
El
Bibliotecario había condensado todo su poder sobre la disformidad para crear un
inmenso escudo ígneo alrededor del Comando. Las llamas formaban una enorme
burbuja protectora donde todo disparo enemigo rebotaba sin importar su
procedencia.
Celestus
se aproximó a Lorenzo –Los refuerzos están en camino Sargento, tan solo aguante
un poco más, solo un poco más.-
Lorenzo
solo pudo asentir, no podía articular palabra y notaba el sabor a hierro de la
sangre en su boca.
Los
motores de la Corvus Blackstar resonaron en el cielo nocturno de Sigurd IV
mientras sus disparos despedazaban a los traidores que comenzaban a huir del
lugar.
Cuando
el último de los herejes hubo dejado de disparar finalmente el escudo de fuego
disforme se desvaneció y en ese instante Varens cayó al suelo exhausto e
inconsciente.
Finalmente
la Corvus aterrizó junto al Comando Lorenzo y el Sargento solo alcanzó a
escuchar la pesada voz de Agruxx antes de perder finalmente el conocimiento: “Recoged
a los heridos, volvemos a la órbita. El trabajo está cumplido”.
CONTINUARÁ…
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